miércoles, 28 de octubre de 2009

Una tarde con Luisa


Con el propósito de salir esa tarde, Luisa subió a su cuarto para preparar la ropa para la ducha, se sentó en la cama frente a su ropero y casi llora del desorden de la ropa, salían mangas de sus jerséis por un lado y otro, un pañuelo rosa fucsia que se compró en el metro de Madrid sobresalía de la repisa superior buscando alguien que le diera su sitio. Se mantuvo allí, sin fuerzas dejó caer su cabeza hacia atrás y se tumbó lentamente apretando las manos sobre sus ojos, no pudo detener las lágrimas y empezó a llorar. Cuando dio su último suspiro, se armó de fuerzas y con genio tiró toda la ropa al suelo, dejó los huecos vacíos, se hizo el silencio y volvió a suspirar.
Antes de entrar en faena, bajó al salón, puso un disco que ella misma había compuesto con música clásica, se hizo un té rojo con toda su parsimonia y sacarina, claro estaba a dieta, y se sentó en su sofá con un cigarrillo sin encender, volvió a suspirar.
Luisa entró de nuevo en su habitación, se remangó las mangas y lo primero que hizo fue su cama, ordenó la mesa de noche, tiró algunas bolsas vacías que tenía en un rincón y miró la ropa en el suelo. Fue cogiendo pieza por pieza y la dobló con una paciencia extrema sabiendo que le quedaba un buen rato para ordenar aquella algarabía de tejidos sin orden. Terminó y suspiró.
Satisfecha de su gran esfuerzo, del vuelco que le había dado a su ánimo se apoyó en la puerta y se dijo a sí misma: “Lo has conseguido, ¿lo ves?”
En ese mismo momento sonó el teléfono:
-¡María, cuánto tiempo!
-Hola Luisa, me alegro de que estés en casa, porque llevo dos semanas intentando localizarte pero no te he encontrado. Te llamo para recordarte que las niñas nos juntamos el viernes para cenar, ¿podrás venir?
Luisa dudó su respuesta por un momento, no quería que María se preocupara por ella, no quería contar que llevaba dos semanas sin salir de casa, no quería que nadie supiera que había tirado la toalla y se había escondido del mundo.
-Tendré que mirar si tengo algo para el viernes, creo que no, me agradará compartir con vosotras un rato más y reírnos un poco. Siento que no me hayas podido localizar es que he estado fuera.
Después de colgar el teléfono, suspiró. Eran las siete de la tarde, pensó que aún estaba a tiempo para quitar esas cadenas que había echado a su puerta, así que puso otro disco en su equipo de música, lo cambió por uno que tenía para bailar, subió a su habitación, se puso delante del armario, y ésta vez no se sentó en la cama, puso sus manos sobre la cintura, sonrió y volvió a hacerse esa pregunta de nuevo:
¿Qué diablos me pongo?...

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