miércoles, 10 de septiembre de 2014

Beatriz y los cuerpos celestes







“El frío de la noche enardecía nuestros abrazos, los suspiros se estrellaban en el edredón, y ante mí se agrandaban aquellos ojos apenas perceptibles, la nariz que se frotaba contra la mía. En medio del silencio nos susurrábamos promesas increíbles, niñerías absurdas, declaraciones tópicas de puro repetidas que reverberaban en múltiples vibraciones, y el tiempo se nos iba en hacer y deshacer la cama. La hice para ella alguna vez, tras descubrir un juego de sábanas de vete a saber tú de quién habría heredado, y le enseñé lo que era un embozo, algo desconocido en aquella tierra tan amiga de los edredones. Opinó que aquello era como un sobre, un sobre diseñado para guardar tesoros. Yo era un tesoro, supongo, desnuda y pura como un recién nacido, acogida en la frialdad y la blancura de las sábanas, en un útero de tela, y ella compartía conmigo aquel refugio, patinando hacia mí a través de la llanura de hielo resbaladizo que era la ropa de cama que yo había tendido y estirado. Deslizándose en mi búsqueda, chocaba en lo oscuro, de pronto, y yo sentía su piel en contacto con la mía. Brotaban chispas eléctricas. Ella susurraba arrastrando las palabras con su voz anaranjada y me contaba las cosas que iba a hacer conmigo. Me hacía reír y mis gorjeos rebotaban en la bóveda de lienzo que me cubría entera. Y entonces sentía como entraba en mí, un ataque luminoso que alumbraba las sábanas. Buscaba con mi lengua la huella de su lengua, hundida en mis salivas.”



Lucía Etxebarria


El son de mi amor






Cuántas veces he gritado
tu nombre en silencio.
Cuántas veces he besado
la luz de mi espejo.

Y ahí estabas
perpetuo en mis labios,
sombreando mis párpados
suavemente con tus dedos.

Y estabas ahí
cuando miraba al horizonte
el mismo de tus tardes
que enredaba nuestros deseos.

Cuántas veces has dormido
 en la almohada junto a mi cara,
cuántas el capitán del velero
que navegaba entre mis sábanas.

De cuántas maneras díme,
han podido llegarte mis besos
o mis manos acariciando 
cada deseo, pensamiento, 
recuerdo, llanto y miedo.

Aún te espero y tiemblo
tanto tiempo me enerva
y vuelvo a tener larvas
a punto de florecer
cuando de nuevo
te vuelva a ver y
te sienta.


domingo, 7 de septiembre de 2014

La mujer justa





"Echa un vistazo al mundo, verás esa atracción artificial que lo impregna todo: la literatura y los cuadros, los escenarios y las calles… Entra en un teatro y verás: en el patio de butacas hay hombres y mujeres sentados; en el escenario, otros hombres y otras mujeres gesticulan, hablan, intercambian juramentos, y el público tose, carraspea y susurra… pero en el momento en que se oyen frases como “te amo” o “te deseo”, o cualquiera parecida que se refiera al amor, la posesión o la separación, la felicidad o la infelicidad, se cierne sobre la platea un silencio sepulcral y cientos de personas contienen el aliento. Y con esos medios, manipulando hábilmente los sentimientos, los escritores consiguen mantener al público pegado a sus butacas."


Sándor Márai



Ese momento






Esa suave brisa
de tus manos en las mías. 
Esa pluma salvaje
de tus labios en los míos. 

Ese momento y suspiro
entre tu cuerpo y el mío. 
Esa almohada blanca
entre tu mejilla y la mía. 

Ayer soñé
bajo tu luna y la mía. 



miércoles, 3 de septiembre de 2014

El vuelo






Caminaron las golondrinas
junto a mis pies,
buscando el vuelo
para regresar al sueño
donde amarte sin prisas.


lunes, 1 de septiembre de 2014

Sólo en sueños







Sólo en sueños,
sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
a ciertas horas, cuando cierro puertas
detrás de mí.
¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,
y ahora estoy preso en su sortilegio,
atrapado en su red!
¡Con qué morboso deleite te introduzco
en la casa abandonada, y te amo mil veces
de la misma manera distinta!
Esos sitios que tú y yo conocemos
nos esperan todas las noches
como una vieja cama
y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.
Me gusta decirte lo de siempre
y mis manos adoran tu pelo
y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.
A veces lo recuerdo. A veces
sólo el cuerpo cansado me lo dice.
Al duro amanecer estás desvaneciéndote
y entre mis brazos sólo queda tu sombra.


Jaime Sabines