miércoles, 20 de noviembre de 2013

Los ojos de la casa de Aixa









El velo
en desconcierto vuela
por la tenue penumbra de la sala
y es el vago recuerdo del perfume
el que habita la estancia.

Queda el eco por todas las paredes
aferrado a las sedas y al tisú,
adherido al damasco.
Cortinajes dorados, 
del dorado salón.

Y ronda su figura entre las columnas
y alfombras
como césped,
donde penetra el pie
-campo de mirtos-
y se hunde suave, invitando a su gozo.

El palacio dormita en esta hora,
y afuera, 
las palomas zuritas
arrullan con su canto.

Dulce canto que va por corredores,
de puntillas, 
traspasando los siglos,
los siete cielos, siete.

Están ahí,
los presiento y los veo.

Me miran,
y sus ojos poseen
la belleza de entonces.
Los ojos de la casa de Aixa.

Yo, princesa nazarí,
duermo los siglos
que mi amado me ha dicho
que lo aguarde.






María Inés Guzmán





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