miércoles, 16 de enero de 2013

Sofía de los Presagios







Sofía se sienta cerca del fuego. Samuel ve su cara iluminada con la anticipación y la curiosidad y saca de su morral las flores que antes cortara.

—Vení cerca de mí —le dice.

Sofía se acerca. Entre los dos se han establecido corrientes cómplices y subterráneas avivadas por la noche, la luna y el fuego.

Samuel echa las flores en la fogata y le indica que se acuesten los dos con la cabeza a pocos metros de la fogata en la dirección de donde sopla el viento, para que el humo y los vapores viajen hacia ellos. Sofía le obedece. No bien se acuesta en el suelo, siente que la excitación cede paso a una sensación de bienestar. Es placentero sentir la tierra bajo su espalda y ver la luna asomándose entre las pequeñas hojas del guayacán que forman dibujos 
negros en la sombra. Samuel se acuesta a su lado. Ella siente su respiración fuerte y 
su mano ancha y áspera buscando la suya. Deja que él le tome la mano y cierra los ojos, esperando experimentar las sensaciones que él ha vaticinado. La mano de Samuel empieza a moverse sobre su brazo y antebrazo. Sofía 
siente ligeros estremecimientos empezar a invadirle el pecho, desmadejándola. Hace mucho que nadie la acaricia. Nadie la ha acariciado jamás así de suave. Es cierto lo que dijo Samuel, se experimenta más liviana y un calor de flores le entra en las venas y baja hacia su ombligo. Con los ojos cerrados deja que las manos de Samuel suban hacia sus hombros, su cuello, el contorno de su frente, la 
profundidad de su pelo ensortijado. Ya no siente aspereza en su contacto, las manos de Samuel se han trocado en mariposas ciegas que revolotean sobre todo su cuerpo. Sin abrir los ojos, deja que el hombre le incline la espalda para quitarle la blusa; las mariposas, entonces, revolotean sobre sus pechos desnudos y cuando él le quita la falda, el calor de su cuerpo es ya tan intenso como el de la fogata y 
cuando abre los ojos, Samuel se ve hermoso y color de cobre bruñido, desnudo, despojándola del último vestigio de ropa. Las mariposas se posan tanteando sobre su sexo y Sofía abre las piernas y siente la urgente necesidad de ser penetrada hasta lo profundo de sí misma. Sin embargo, Samuel continúa multiplicando 
milagrosamente sus manos y a Sofía le parece que los arillos y las luciérnagas danzan con él en el cortejo de los machos y también le están haciendo el amor todas las criaturas de la noche. Por fin siente el sexo de Samuel entrando en su interior, un sexo vivo y de alta temperatura, cómodo y que no la ofende como el enorme miembro de Rene. En ese momento nada existe para ella más que el movimiento fluido de aquel cuerpo hurgándole el placer que ella jamás ha conocido de esta forma. El hombre excava tenaz abriéndola a un mundo de 
experiencias apenas intuidas en sus solitarias exploraciones consigo misma. Sofía gime, se mueve contribuyendo en la búsqueda ciega del punto mágico que detonará los diques de las aguas que suben y buscan salida. La fogata apenas existe aún, la oscuridad es más densa.
Samuel y Sofía jadean y murmuran cada vez con más urgencia hasta que ella siente que el vientre se convierte en flor y abre todos sus pétalos invadiéndola del polen de él cuyo pistilo ha llegado también a la floración del orgasmo entre los gritos de placer de ambos.




Gioconda Belli




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