martes, 30 de marzo de 2010

El perfume y el sueño


Llegó del trabajo, después de un día agotador, cansado, casi moribundo deseando coger la cama, pensó que tenía fiebre del mismo malestar que invadía su materia gris y recorría todo su cuerpo. Al llegar a su habitación, recordó que la nueva mujer que había contratado en la agencia para las tareas de la casa, lo llamó por teléfono esa mañana diciéndole que no podría empezar ese mismo día. Así que el ambiente del apartamento estaba un poco desordenado y las tareas sin hacer.
Javier, era arquitecto y trabajaba en la misma empresa desde hacía 20 años, recién salido de los estudios, se presentó a esa entrevista de trabajo que tan crucial fue en su vida, ya que le ha dado las facilidades económicas y de ascenso que siempre había pensado tener. Pero tan inmiscuido estaba en el trabajo y en evolucionar profesionalmente que no se estaba dando cuenta de lo que por otro lado, se le colaba de la vida. Hizo muchas reflexiones a lo largo de estos años, salió con multitud de mujeres, pero ninguna subía el dintel para que Javier equilibrase su diario, y pusiera un tabique para dividir las experiencias que la vida le ofrecía.
Puso un poco de música, una pasión que le daba los placeres que suplía en sus momentos de soledad. Fue dejando la ropa en la banqueta que hacía de pies de la gran cama que ocupaba casi toda la habitación, y se tumbó casi desmayado en la cama sin hacer. Utilizaba siempre sábanas de algodón de color gris marengo, las vio en una película y le apasionó aquella escena de amor y sexo, compró al día siguiente diez juegos de las mismas sábanas, quizás pensó que era el ambiente lo que no despertaba en las mujeres la pasión que él buscaba. De la misma escena, imitó el tener siempre un par de velas de gran diámetro en las mesitas que acompañaban al lecho en ambos lados, y cuando entraba en la habitación era como un ritual, encender las velas, y entremezclar esa luz con el color de las sábanas y las paredes pintadas también de gris. En la cabecera siempre tuvo un desnudo, que había heredado de su abuelo, aficionado a la pintura, el cual juró nunca deshacerse de él, porque además de estar enamorado de la pintura, lo estaba también de esa espalda que se doblaba mágicamente para adquirir una postura tan delicadamente recta, que Javier se quedaba embobado admirándola tantas veces como podía.
Voy a dormir un poco, después arreglaré el apartamento, me ducharé y llamaré a Ernesto por si quiere salir.-pensó mientras cogía postura como siempre hacia su izquierda. Antes de cerrar los ojos, atisbó un sobre de color también gris cerrado su mesilla, lo que hizo que se incorporase de inmediato en la cama. ¿Y esto que será?, ¿Quién lo pondría aquí? Le dio unas cuantas vueltas al sobre, la curiosidad le devoraba, pero el miedo también, encontrarse algo extraño en su habitación, que no entraba nadie desde hacía una semana, desde el último sábado que estuvo con Paloma, recordando los viejos tiempos. Cogió una postura tibetana, y pasó el sobre por su cara, asombrándose del aroma que traía, del color que le gustaba, de un perfume que le despertaba sus hormonas, todo empezaba a cambiar el ánimo en él. Decidió abrirlo con mucha delicadeza, quizás con la misma que se lo había dejado secretamente, ¿Quién sabe? Dentro había una cartulina del mismo tono que el exterior.
“Parador de Ceuta, mañana 16: 30 horas, lleva un libro “El sabor del mar”, te espero en la cafetería. Recoge traje, te dejo resguardo de compra.”
Javier tuvo que leerlo varias veces, encender la luz, apagar la música, y entre una vez y otra miraba la espalda de su musa. Empezó a pensar en todas las mujeres de su vida, incluso en sus compañeras, en la panadera, en la camarera del restaurante, su mente se rodeó de mujeres, los labios, el pelo, la tez de su cara, quizás quería terminar en una piel morena, en unos ojos moros, en unos dientes blancos y como siempre terminó en aquella espalda adorándola. Ahora sí que no podía pegar ojo, ¿qué hacía?, de Madrid a Ceuta hay un tramo, por un lado quiso olvidarlo, pensando que era una broma de Ernesto que siempre le decía “solterata”, y le buscaba novias por doquier, que en parte se lo agradecía, porque el salir con él era dar paso a la libertad y poder disfrutar de esa hiperactividad que le confiere, era su mejor amigo, además de compañero. Por otro lado, en su interior, tenía una presunción, arbitraria eso sí, pero algo le decía que tenía que ir a ese Parador.
Estuvo dando vueltas por el apartamento sin ninguna intención, hasta que abrió su portátil y se metió en la página web de la compañía de trenes para mirar si había billetes. Tuvo suerte tenía plaza preferente en un tren que salía a las 7:30 de la mañana del día siguiente, sábado, hacia Cádiz, lo reservó, pensando que ya vería que hacía. La duda no lo dejaba analizar la situación, ni dormir, ni siquiera hacer un café, así que se preparó un té en la cafetera que le regaló Cristina, una antigua novia que sólo quería tirarle la cuerda al cuello para la iglesia.
Al fin pudo sentarse en el chaise longue color vino que compró por Internet, como casi todo lo que tenía que comprar, por su falta de tiempo. Recogió los cojines y los dispuso a su alrededor de manera que pudiera relajar su espalda, eso sí, sin soltar el sobre gris, y oliéndolo intermitentemente, eso le trasladaba al lado positivo de su cita, digamos a ciegas.
¡Qué intriga!, esto no puede pasarme a mí, como haya sido Ernesto, me lo cargo.-seguía merodeando por su mente.
Rendido se quedó dormido con la carta en la mano, casi rozando su nariz. Javier en sus sueños le puso cara a ese perfume, una mujer muy hermosa, aunque sus facciones estaban borrosas, sí le veía sus manos, cándidas, suaves, que de tanto mirarlas, sentía como rozaba su piel acariciando su pecho varonil, curtido por los ejercicios matinales en el gimnasio de enfrente a su empresa. Las manos empezaron a moverse por todo su cuerpo y el aún en sueños iba subiendo su grado de excitación. Le entrelaza el pelo, durante largo rato y bajaba a su pecho de nuevo, más tarde, tumbado de espaldas ella le recorría la espalda con sus labios ardientes hasta la última vértebra y subía de nuevo, agarrando a su vez las nalgas, ejerciéndole un movimiento circular y firme, desarmando todas las hormonas del arquitecto, volvía a su pelo, circundaba sus tríceps, y ese perfume, lo dejaba somnoliento, todo le provocaba tal estado de excitación que su miembro le molestaba en esa postura, quiso volverse, y no podía, esa mujer no le dejaba, agarraba sus brazos con fuerzas para que no volviese su cuerpo, y cuando giraba su cabeza, lo mismo, ejercía una presión sobre ella, casi inhumana. Lo que comenzó como un sueño erótico, terminó con un sueño ansioso, malvado, casi una pesadilla, que le hizo despertar de un salto.

Menos mal que ha sido todo un sueño.-

1 comentario:

  1. Hay perfumes que traspasan los sueños.

    Bonito relato, Rebeca!

    Abrazos alados.

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