sábado, 30 de enero de 2010

Valeria

Se fue apagando la vela y entrando la madrugada mientras Valeria seguía con la mirada perdida en su ventana, no pudo cenar, no tuvo fuerzas para ni siquiera llegar a la ducha, ni recoger la ropa de tendedero, su cama estaba deshecha, la ropa en el suelo, los platos en el fregadero con los restos de la comida del día anterior y una bolsa de basura en la puerta de la cocina. Se hizo la oscuridad, sólo iluminaba la habitación el rayo de luz de aquella farola de enfrente que ella tenía ya dibujada en su memoria. Cansada de vagabundear en sus recuerdos Valeria se fue a la cama de nuevo, engurruñó su almohada debajo de su cara y cerró los ojos, esperando el sueño con un solo sonido a su alrededor, un tic tac de un reloj antiguo que conservaba de la tía de su madre.
Había tenido uno de los peores días de su vida, la despidieron, después de diez años trabajando para la misma empresa, era diseñadora de velas aromáticas. Allí conoció a Ricardo, el jefe de producción, aún recuerda el primer día que comenzó, la recibió en su despacho y desde que se miraron fue como una historia contada en silencio, una historia que se teñía desde el principio de ternura y profundidad, como esa mirada, en ese mismo instante Valeria soñó con tocar su cara, acariciar sus manos, besar sus labios. Desde ese día, los dos intentaron no volver a mirarse de esa manera, huían de encontrarse, aunque lo deseaban, pero los dos sabían que estaban perdidos. Ambos tenían pareja desde hacía años, pero nunca les había pasado que otra persona se adentrara dentro de ellos con una cadena de reacciones químicas a través de los ojos, de cuatro ojos que se encontraron por casualidad.
Inevitablemente Valeria y Ricardo, empezaron a entablar una gran amistad, comenzaron las confidencias, y el deseo de volver cada día al trabajo para olerse uno al otro, para mirarse, Valeria no sabía ya que inventar para estar cerca de él y ofrecer sus cuidados sin que Ricardo se diera cuenta.
Aún a las tres de la madrugada tenía los ojos entreabiertos, pensando en su futuro, pensando en Ricardo, recordando tantos y tantos momentos maravillosos entre los dos, y en ese último instante a su lado, como a él se le escapaban las lágrimas impotente al verla salir del trabajo sin poder hacer nada por solucionarlo.
Al día siguiente, Valeria se levantó como sonámbula, con los ojos hinchados y los pliegues de las sábanas en sus mejillas. Con esfuerzo se metió en la ducha y empezó de nuevo a llorar. Recogió la cocina, se hizo el desayuno y se sentó en la mesa del salón volviendo a perderse en el vaho de la ventana. Sonó el timbre y dio un respingo de la silla, se apresuró en abrir, el corazón le latía cada vez más rápido, ¿sería él?, miró por la mirilla, era Ricardo, allí estaba sonriente. Abrió la puerta y se abrazó a él, con todas sus fuerzas, él le respondió de la misma manera y la besó con deseo, con ternura, con pasión.
Cuando por fin pudieron mirarse, Valeria notó un signo de esperanza y felicidad en él, estaba tranquilo y se dio cuenta que traía una bolsa enorme que tiró para abrazarla, la miró y le pregunto de inmediato que contenía.
-Son mis cosas del trabajo, he renunciado, no puedo vivir un día sin verte, sin pasar por tu vera y oler tu perfume, no puedo seguir trabajando y mirar tu silla todos los días vacía, o verla ocupada por otra persona, no puedo concentrarme si tú no estás porque tú eres quien me guía y me da fuerzas para que todos los días sean maravillosos a tu lado. Si tú no estás, yo tampoco estaré. Además al verte salir me inundó una gran tristeza y rabia, que me hizo reflexionar y mirar desde fuera mi vida, ya hemos trabajado bastante para los demás, ahora vamos a comenzar un futuro juntos, vamos a montar nuestra propia empresa, los dos tenemos ahorrado y podemos, ¿qué te parece?.
Valeria se quedó petrificada, no sabía que responder, Ricardo había sacrificado quince años de trabajo por ella, quería seguir a su lado y sus palabras no las pudo recibir todas de una vez, porque el corazón ya lo tenía desbocado tan sólo con estar cerca. Cogió sus manos, las acarició, se las puso en las mejillas, y por fin pudo responder:
-Ricardo, mi vida, mírame, lo primero que quiero que sepas es que te amo con todas mis fuerzas, que me he muerto pensando que no volvería a verte diariamente, que eres maravilloso y que por nada en el mundo me perdería estar sin ti. ¿Has pensado que podríamos hacer?
Se miraron y se fundieron en un beso interminable, la llevó después a la ventana y le señaló un local que había vacío en la acera de enfrente.
-¿Ves ese local con la puerta roja?, pues ya lo he alquilado, ¿qué te parece si montamos una librería?, ¿no era una de tus grandes ilusiones?, tú decides.
Valeria ya no podía contener más felicidad en tan poco espacio de tiempo, y sólo pudo responder con tres palabras entre sollozos:
-Te quiero Ricardo.
Él le volvió a coger las manos, las apretó contra su pecho y la miró:
-Ahora voy a empezar a quererte como te mereces, y ya me has hecho el hombre más feliz que conozco, eres maravillosa y te amo Valeria.
En ese instante mismo desapareció el vaho de los cristales.


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