viernes, 13 de abril de 2012

La isla de las tormentas





Besándola aún, Faber estiró el brazo y apagó la luz. Se apartó y se quitó la chaqueta del pijama. Rápidamente, de modo que ella no tuviera tiempo de pensar qué estaba haciendo, dio un tirón y despegó la cápsula adherida al pecho, ignorando la picazón que le provocó en la piel arrancar la tela adhesiva. Deslizó las fotografías debajo de la cama. También desabrochó la vaina del estilete del brazo izquierdo y la tiró junto a las fotos.
Le levantó la falda del camisón hasta la cintura.
 -Pronto -dijo ella-. Pronto.
Faber bajó su cuerpo hacia el de ella.
Después ella no sintió ninguna clase de culpabilidad. Simplemente estaba contenta, satisfecha, plena. Había obtenido lo que tanto deseaba. Se quedó quieta, con los ojos cerrados, acariciándole el pelo de la nuca, disfrutando de la sensación que le producía este contacto en la yema de los dedos.
Pasado un momento, Lucy dijo:
-Tenía tanta prisa...
-No hemos terminado todavía -le dijo él.
-¿Tú no...? -preguntó frunciendo el ceño en la oscuri­dad, pues en realidad no estaba segura.
-No, yo no he terminado y tú casi tampoco.
    -Esperemos un poco - sonrió ella.
-Veremos -dijo él estirando el brazo y encendiendo la luz para mirarla.
Faber se deslizó hacia los pies de la cama, entre sus muslos, y le besó el vientre; su lengua entraba y salía, rodeándole el ombligo. Era una linda sensación, pensó. Su cabeza siguió bajando. "No pensará besarme ahí”. Lo hizo, y no sólo la besó, sino que sus labios fueron acariciando los suaves pliegues de su piel. Lucy quedó paralizada por el shock cuando su lengua comenzó a tantear en las hendiduras y luego, mientras le iba separando los labios con los dedos, se introducía más profundamente en ella... Por último, su lengua incansable halló un diminuto lugar sensible, tan diminuto que ella no sabía que existiera, y tan sensible que al principio, el tacto resultaba casi doloroso. A medida que era superada por la más aguda de las sensaciones que jamás había experimenta­do, fue olvidando su shock. Incapaz de refrenarse, movía las caderas arriba y abajo, cada vez con un ritmo más acelerado, refregando su piel resbaladiza por su boca, su barbilla, nariz, frente, totalmente absorta en su propio placer, que fue acumulándose y acumulándose, hasta que se sintió totalmente poseída por él y abrió la boca para gritar; en aquel momento Faber puso la mano sobre la cara. Pero ella gritó ahogadamente a medida que el orgasmo avanzaba, finalizando en algo semejante a una explosión y dejándola tan exhausta que creyó que nunca, nunca más podría levantarse.
Durante un momento sintió que su mente quedaba en blanco. Sabía vagamente que él estaba aún entre sus piernas, con su cara áspera contra el suave interior de sus muslos, moviendo los labios suave y afectuosamente.
En un momento dado ella dijo:
-Ahora sé lo que quería decir Lawrence.
-No comprendo --dijo él levantando la cabeza.
-No sabía que podía ser así. Ha sido fantástico – suspiró.
-¿Ha sido?
-Oh, Dios, no tengo más fuerzas...
Faber cambió de posición, arrodillándose a horcajadas sobre el pecho de Lucy, haciéndole adivinar lo que esperaba de ella, y por segunda vez quedó paralizada por el shock. Simplemente, era demasiado grande... pero de pronto, ella quería hacerlo, necesitaba introducido en su boca. Levantó la cabeza y los labios se cerraron en torno a él.
Él le sostenía la cabeza entre las manos, moviéndose hacia adelante y atrás, gimiendo suavemente. Lucy le miraba la cara. Él la miraba también, realimentado su placer ante la visión de lo que ella estaba haciendo. Lucy pensó en qué haría cuando él... terminara… y decidió que no le importaba, porque todo lo demás había ido tan bien que sabía que incluso llegaría  a disfrutar con eso.
Pero no sucedió. Cuando ella creía que Henry ya estaba a punto de perder el control, él se detuvo, se apartó, se colocó encima d ella y la penetró nuevamente. Esta vez fue muy lento y distendido, como el ritmo de las olas en la playa; hasta que él le puso las manos debajo de las nalgas agarrándole con fuerza cada mitad del trasero, y Lucy le miró la cara y supo que en aquel momento estaba listo para perder el control y derramarse en ella. Y eso la excitaba más que nada, de modo que cuando él finalmente arqueó la espalda, con el rostro distorsionado en una máscara de dolor y gimió hundido en su pecho, le envolvió la cintura con las piernas y se abandonó al éxtasis de la sensación, y entonces, después de tanto tiempo, escuchó las trompetas y timbales que Lawrence le había prometido.



                      La isla de las tormentas.-Ken Follet


1 comentario:

  1. Más bien la isla de los rayos, truenos y relámpagos, porque la tormenta estaba en casa. Me lo leí de un tirón. Un beso Rebeca.

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