"...Entonces fue como si el tiempo se detuviese, y el alma del mundo surgiese con toda la fuerza delante del muchacho. Cuando miró los ojos negros de la muchacha, sus labios indecisos entre una sonrisa y un silencio, comprendió la parte más importante y más sabia del Lenguaje que el mundo hablaba y que todas las personas de la tierra eran capaces de entender en sus corazones. Y esto se llamaba AMOR, una cosa más antigua que los hombres y que el propio desierto, y que, sin embargo resurgía siempre con la misma fuerza dondequiera que dos pares de ojos se cruzasen. Allí estaba el puro lenguaje del mundo, sin explicaciones, porque el universo necesitaba explicaciones para continuar su camino en el espacio sin fin. Todo cuanto el muchacho entendía en aquel momento era que estaba delante de la mujer de su vida y que sin necesidad de palabras ella debía saberlo también. Tenía más certeza de esto que de cualquier cosa en el mundo, aun cuando sus padres, y los padres de sus padres, hubiesen dicho que era preciso enamorarse, cortejar, conocer a la persona y tener dinero antes de casarse. El que decía esto, jamás había conocido el lenguaje universal porque cuando uno se sumerge en él, es fácil entender que siempre existe en el mundo una persona que espera a otra, ya sea en medio del desierto o en medio de las grandes ciudades. Y cuando estas personas se cruzan y sus ojos se encuentran, el pasado y el futuro pierden importancia y solamente existe aquel momento y aquella certeza increíble de que todas las cosas bajo el sol fueron escritas por la misma MANO. La mano que despierta el amor, y que hizo un alma gemela para cada persona que trabaja, descansa y busca tesoros bajo el sol. Porque sin esto no habría ningún sentido para los sueños de la raza humana”.
El Alquimista, Paulo Coehlo
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