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lunes, 25 de agosto de 2014

El jardín de Genoveva







"Siguió caminando, hundiendo en cada paso sus pies en la arena.  Siguió aspirando la sal del mar de cada ola que rompía en sus oídos.  Siguió persiguiendo ese suspiro que se le escapaba en el horizonte.

Esa mañana Genoveva llegó a su casa con un puñado de conchas y caracolillas que recogió durante el largo paseo a la orilla del mar. Llevaba su pelo suelto y el aire jugueteaba con su melena rojiza y brillante. Recogió el correo del buzón y lo dejó en la mesa del jardín junto a las conchas y unas flores que había comprado de vuelta en el quiosco de Raúl,  un antiguo amigo de su pandilla de adolescente. 
Genoveva tenía una tez blanca y las mejillas sonrosadas.  Los ojos como el mar cuando se torna verdoso y brillante. Abrazó la baranda de la escalera con elegancia y subió a su habitación.  Estiró las sábanas sin prisa y acomodó la almohada en su sitio. Puso en orden los libros que cada noche leía y ordenó la ropa que acumulaba de dos o tres días en la silla que heredó de su abuela.
Cuando guardó sus prendas salió el pico de un pañuelo de seda muy colorido y no pudo evitar acurrucarlo entre sus manos y llevárselo a la mejilla, abrazándolo,  oliéndolo y con la mirada perdida se sentó al lado de la cama con su pañuelo,  soñando despierta con sus recuerdos.
Volvió a guardarlo en el estante de siempre y bajó para entrar en su cocina. Rebuscó entre las verduras que compró el día anterior y decidió hacer una crema de calabacines.  Trasteó su batería de cocina y puso a hervir las dos piezas elegidas. 
Cogió su florero favorito, un regalo de cumpleaños de su madre y se fue al jardín.  Metió con armonía sus flores y buscó un sitio para componer un juego de conchas y flores. Satisfecha con su mesa forjada pintada de un blanco impoluto adornada a su ser, se sentó para abrir las cartas.
La primera era de su madre con una caligrafía inglesa:

《Hola pequeña:
Aquí las cosas siguen igual, todos los días tus hijos vienen a comer y siguen con sus bronquillas pero nada importante.  Tu padre está muy quisquilloso y cada día que pasa más terco, que te voy a contar que no sepas.
Ayer me acordé mucho de ti porque hice las espinacas que tanto te gustan y no pude evitar soltar unas lágrimas.  Sé que te prometí no llorar más pero a veces es inevitable, aunque sé que estás bien tengo que hablar todos los días un ratito contigo en la cocina mientras voy preparando los guisos...
...espero que sigas tarareando mientras paseas y que no te vengas abajo. Sé fuerte mi niña,  sabes que siempre me tendrás a tu lado.
Te quiere tu madre. 》

Genoveva guardó la carta dentro del sobre, se lo llevó a la cara, la olió.  Puso un número en la esquina sellada. 67.

La siguiente carta era de Fernando:

《Buenos días linda:

Ayer colgué el último cuadro. Ya tenemos todas las paredes llenas de ti, llenas de la pintura que tanto amabas. 
Estoy leyendo ese libro que dejaste sin acabar y en cuanto lo termine te cuento la historia entera. Te adelanto que es un libro fascinante, siempre tuviste un don especial para escoger la lectura. Aún recuerdo cuando íbamos a la librería y tocabas las pastas, es una imagen tan bonita de ti...
...tus hijos siguen revueltos, es normal porque tú eras la que los ponías en orden, ya fuera con una regañina, ya fuera con un abrazo. 
Ayer estuvieron aquí Javier y Clara,  nos trajeron ese bizcocho de chocolate que te encantaba y no pudimos remediar recordar algunos momentos contigo.
Mi vida, sigo abrazándote en nuestras sábanas y te imagino aún entre mis brazos, acariciando tu espalda.
Sé que no puedo echarte de menos porque estás todavía sentada al lado mía viéndome escribir estas palabras. 
Sigue sonriendo como siempre.
Y siempre
Te quiero. 》

En medio de un suspiro Genoveva tocó los pétalos de una rosa despeinada y la imagen de sus manos fue desapareciendo, después se difuminó su rostro, más tarde su melena y así se quedó de nuevo el jardín con las flores y las conchas esparcidas sin orden en el cristal de la mesa blanca.

Esa misma tarde llovió."




Este relato lo escribo pensando en una amiga y vecina que está en coma a punto de terminar su paseo.

Increíble como la vida nos da estos momentos tan tristes.


viernes, 29 de noviembre de 2013

Oído cocina








Joseph entró en la cocina y ella estaba con la cabeza metida en el mueble de las cacerolas.
-¿Qué buscas Anne?
-Uff es que no encuentro la olla, me ha traído mi madre los avíos para un puchero y lo voy a poner ahora mismo para la cena, sé que te encanta.
-A mí lo que me encanta eres tú. 
Anne encuentra la olla y con ella en brazos se acerca y busca los labios de él, aunque debe empinarse porque andaba descalza y le lleva como veinte centímetros de altura. Joseph juguetea un poco y retrocede, ella se adelanta aunque no consigue su objetivo.

-Y a mí me encantan tus labios.-le dice con cierta pena.

Él acababa de llegar del trabajo y subió a pegarse una buena ducha, con el agua más caliente de lo que cualquier humano pueda soportar. Anne siempre le decía que tenía piel de lagarto por soportar esas altas temperaturas, y él le respondía que era costumbre desde pequeño, y que era un...jajaja dragón malvado que se la comería entera. A ella eso le ponía los vellos de punta.

-!Anne¡¡¡.-la llamaba mientras bajaba la escalera. 
-!Dime¡¡¡.-ella en la cocina pelando las verduras.
-Ven por favor.
-Vooooy.-Mientras cerraba la olla a presión y le ponía la pesa.
-Pero no tardes.
-Nooooo, voy. ¿Qué haces sentado en la escalera con el frío que hace?.
-Esperándote, me encanta verte cuando subes, ven y dáme ese beso.
-A ver, ¿qué es lo que te pasa hoy?.
-Nada.
-Nada no, estás un poco tontito.
-Gracias por el piropo, pero ven.

Anne con las manos en jarras, mirándolo fue subiendo despacio hasta llegar a él, y lo primero que toca son sus rodillas, jugueteando con ellas va subiendo sus manos hasta el triángulo que forman las ingles andrógenas, lo que hace que inconscientemente vaya abriendo sus piernas para que ella siga el rumbo que sus manos van buscando. 

-Uhmm, qué calentito estás. 
-Ya sabes la ducha...
Las manos ya estaban en el sitio exacto donde Joseph deseaba, y su respiración se aceleraba por momento.

-¿Y ese beso?
-Ahora corazón...no te impacientes, ¿tienes prisa?.
-¿Yo? Creo que no, y cada vez menos, como sigas ésto va a terminar muy mal.
-¿Mal?

Joseph baja un peldaño cuidadosamente para que esas manos que tenía entre sus piernas no se les escaparan, y con sus dedos alcanzó a meterse debajo del pijama de ella, con mucho talento le quitó los corchetes del sujetador, y Anne soltó un suspiro que delataba un pequeño placer. Sus pechos quedaron libres para que la otra mano empezara a explorarlos y buscar ese pezón anhelante de sus caricias. Ella subió su cuerpecito para irse acoplándose  amoldándose pierna a pierna, pecho a pecho, buscaron sus manos y se acariciaron los dedos de punta a palma, haciendo que todas las terminaciones sensitivas de sus cuerpos se alertaran. Sus sexos empezaron a buscarse como un imán, los fluidos empezaron con sus mareas, Anne se ponía cada vez más nerviosa, quitando ropas y atajos tanto a él como a ella, dejando sus cuerpos recién nacidos y pegó un saltito para unirse plenamente a él. 

-Te pedí sólo un beso, Anne.-susurró al oído.
-Ya sabes que me encantas cuando te conviertes en dragón.-le devolvió el soplo en el otro oído y se lo lamió. Él pegó un respingo, lo cual le provocó un primer suspiro a ella preorgásmico.
-¿Te gusta?
-Nooooo
-¿Entonces?
-Dáme tus labios.-intentaba cambiar de conversación y empezó a dejar suavemente saliva en los labios de él, dibujando sus comisuras. Eso lo ponía supernervioso, y volvió a dar otro respingo y ella...
-Ahh.
-¿Te he dicho hoy que te quiero? .-Le preguntaba con la cara inmersa entre la melena y el cuello.
-Aún no.-soltó Anne entre lo que era un suspiro y un pequeño jadeo.
-No te quiero...
-¿Cómo?.-siguiendo su baile imparable en esos momentos.
-Que no te quiero, que te amo con locura...

Pasó un ángel, se hizo el silencio y a los segundos de una mirada fija entre los dos...



...estalló a bailar la pesa de la olla, empezó a hervir el puchero.




martes, 30 de marzo de 2010

El perfume y el sueño


Llegó del trabajo, después de un día agotador, cansado, casi moribundo deseando coger la cama, pensó que tenía fiebre del mismo malestar que invadía su materia gris y recorría todo su cuerpo. Al llegar a su habitación, recordó que la nueva mujer que había contratado en la agencia para las tareas de la casa, lo llamó por teléfono esa mañana diciéndole que no podría empezar ese mismo día. Así que el ambiente del apartamento estaba un poco desordenado y las tareas sin hacer.
Javier, era arquitecto y trabajaba en la misma empresa desde hacía 20 años, recién salido de los estudios, se presentó a esa entrevista de trabajo que tan crucial fue en su vida, ya que le ha dado las facilidades económicas y de ascenso que siempre había pensado tener. Pero tan inmiscuido estaba en el trabajo y en evolucionar profesionalmente que no se estaba dando cuenta de lo que por otro lado, se le colaba de la vida. Hizo muchas reflexiones a lo largo de estos años, salió con multitud de mujeres, pero ninguna subía el dintel para que Javier equilibrase su diario, y pusiera un tabique para dividir las experiencias que la vida le ofrecía.
Puso un poco de música, una pasión que le daba los placeres que suplía en sus momentos de soledad. Fue dejando la ropa en la banqueta que hacía de pies de la gran cama que ocupaba casi toda la habitación, y se tumbó casi desmayado en la cama sin hacer. Utilizaba siempre sábanas de algodón de color gris marengo, las vio en una película y le apasionó aquella escena de amor y sexo, compró al día siguiente diez juegos de las mismas sábanas, quizás pensó que era el ambiente lo que no despertaba en las mujeres la pasión que él buscaba. De la misma escena, imitó el tener siempre un par de velas de gran diámetro en las mesitas que acompañaban al lecho en ambos lados, y cuando entraba en la habitación era como un ritual, encender las velas, y entremezclar esa luz con el color de las sábanas y las paredes pintadas también de gris. En la cabecera siempre tuvo un desnudo, que había heredado de su abuelo, aficionado a la pintura, el cual juró nunca deshacerse de él, porque además de estar enamorado de la pintura, lo estaba también de esa espalda que se doblaba mágicamente para adquirir una postura tan delicadamente recta, que Javier se quedaba embobado admirándola tantas veces como podía.
Voy a dormir un poco, después arreglaré el apartamento, me ducharé y llamaré a Ernesto por si quiere salir.-pensó mientras cogía postura como siempre hacia su izquierda. Antes de cerrar los ojos, atisbó un sobre de color también gris cerrado su mesilla, lo que hizo que se incorporase de inmediato en la cama. ¿Y esto que será?, ¿Quién lo pondría aquí? Le dio unas cuantas vueltas al sobre, la curiosidad le devoraba, pero el miedo también, encontrarse algo extraño en su habitación, que no entraba nadie desde hacía una semana, desde el último sábado que estuvo con Paloma, recordando los viejos tiempos. Cogió una postura tibetana, y pasó el sobre por su cara, asombrándose del aroma que traía, del color que le gustaba, de un perfume que le despertaba sus hormonas, todo empezaba a cambiar el ánimo en él. Decidió abrirlo con mucha delicadeza, quizás con la misma que se lo había dejado secretamente, ¿Quién sabe? Dentro había una cartulina del mismo tono que el exterior.
“Parador de Ceuta, mañana 16: 30 horas, lleva un libro “El sabor del mar”, te espero en la cafetería. Recoge traje, te dejo resguardo de compra.”
Javier tuvo que leerlo varias veces, encender la luz, apagar la música, y entre una vez y otra miraba la espalda de su musa. Empezó a pensar en todas las mujeres de su vida, incluso en sus compañeras, en la panadera, en la camarera del restaurante, su mente se rodeó de mujeres, los labios, el pelo, la tez de su cara, quizás quería terminar en una piel morena, en unos ojos moros, en unos dientes blancos y como siempre terminó en aquella espalda adorándola. Ahora sí que no podía pegar ojo, ¿qué hacía?, de Madrid a Ceuta hay un tramo, por un lado quiso olvidarlo, pensando que era una broma de Ernesto que siempre le decía “solterata”, y le buscaba novias por doquier, que en parte se lo agradecía, porque el salir con él era dar paso a la libertad y poder disfrutar de esa hiperactividad que le confiere, era su mejor amigo, además de compañero. Por otro lado, en su interior, tenía una presunción, arbitraria eso sí, pero algo le decía que tenía que ir a ese Parador.
Estuvo dando vueltas por el apartamento sin ninguna intención, hasta que abrió su portátil y se metió en la página web de la compañía de trenes para mirar si había billetes. Tuvo suerte tenía plaza preferente en un tren que salía a las 7:30 de la mañana del día siguiente, sábado, hacia Cádiz, lo reservó, pensando que ya vería que hacía. La duda no lo dejaba analizar la situación, ni dormir, ni siquiera hacer un café, así que se preparó un té en la cafetera que le regaló Cristina, una antigua novia que sólo quería tirarle la cuerda al cuello para la iglesia.
Al fin pudo sentarse en el chaise longue color vino que compró por Internet, como casi todo lo que tenía que comprar, por su falta de tiempo. Recogió los cojines y los dispuso a su alrededor de manera que pudiera relajar su espalda, eso sí, sin soltar el sobre gris, y oliéndolo intermitentemente, eso le trasladaba al lado positivo de su cita, digamos a ciegas.
¡Qué intriga!, esto no puede pasarme a mí, como haya sido Ernesto, me lo cargo.-seguía merodeando por su mente.
Rendido se quedó dormido con la carta en la mano, casi rozando su nariz. Javier en sus sueños le puso cara a ese perfume, una mujer muy hermosa, aunque sus facciones estaban borrosas, sí le veía sus manos, cándidas, suaves, que de tanto mirarlas, sentía como rozaba su piel acariciando su pecho varonil, curtido por los ejercicios matinales en el gimnasio de enfrente a su empresa. Las manos empezaron a moverse por todo su cuerpo y el aún en sueños iba subiendo su grado de excitación. Le entrelaza el pelo, durante largo rato y bajaba a su pecho de nuevo, más tarde, tumbado de espaldas ella le recorría la espalda con sus labios ardientes hasta la última vértebra y subía de nuevo, agarrando a su vez las nalgas, ejerciéndole un movimiento circular y firme, desarmando todas las hormonas del arquitecto, volvía a su pelo, circundaba sus tríceps, y ese perfume, lo dejaba somnoliento, todo le provocaba tal estado de excitación que su miembro le molestaba en esa postura, quiso volverse, y no podía, esa mujer no le dejaba, agarraba sus brazos con fuerzas para que no volviese su cuerpo, y cuando giraba su cabeza, lo mismo, ejercía una presión sobre ella, casi inhumana. Lo que comenzó como un sueño erótico, terminó con un sueño ansioso, malvado, casi una pesadilla, que le hizo despertar de un salto.

Menos mal que ha sido todo un sueño.-

sábado, 30 de enero de 2010

Valeria

Se fue apagando la vela y entrando la madrugada mientras Valeria seguía con la mirada perdida en su ventana, no pudo cenar, no tuvo fuerzas para ni siquiera llegar a la ducha, ni recoger la ropa de tendedero, su cama estaba deshecha, la ropa en el suelo, los platos en el fregadero con los restos de la comida del día anterior y una bolsa de basura en la puerta de la cocina. Se hizo la oscuridad, sólo iluminaba la habitación el rayo de luz de aquella farola de enfrente que ella tenía ya dibujada en su memoria. Cansada de vagabundear en sus recuerdos Valeria se fue a la cama de nuevo, engurruñó su almohada debajo de su cara y cerró los ojos, esperando el sueño con un solo sonido a su alrededor, un tic tac de un reloj antiguo que conservaba de la tía de su madre.
Había tenido uno de los peores días de su vida, la despidieron, después de diez años trabajando para la misma empresa, era diseñadora de velas aromáticas. Allí conoció a Ricardo, el jefe de producción, aún recuerda el primer día que comenzó, la recibió en su despacho y desde que se miraron fue como una historia contada en silencio, una historia que se teñía desde el principio de ternura y profundidad, como esa mirada, en ese mismo instante Valeria soñó con tocar su cara, acariciar sus manos, besar sus labios. Desde ese día, los dos intentaron no volver a mirarse de esa manera, huían de encontrarse, aunque lo deseaban, pero los dos sabían que estaban perdidos. Ambos tenían pareja desde hacía años, pero nunca les había pasado que otra persona se adentrara dentro de ellos con una cadena de reacciones químicas a través de los ojos, de cuatro ojos que se encontraron por casualidad.
Inevitablemente Valeria y Ricardo, empezaron a entablar una gran amistad, comenzaron las confidencias, y el deseo de volver cada día al trabajo para olerse uno al otro, para mirarse, Valeria no sabía ya que inventar para estar cerca de él y ofrecer sus cuidados sin que Ricardo se diera cuenta.
Aún a las tres de la madrugada tenía los ojos entreabiertos, pensando en su futuro, pensando en Ricardo, recordando tantos y tantos momentos maravillosos entre los dos, y en ese último instante a su lado, como a él se le escapaban las lágrimas impotente al verla salir del trabajo sin poder hacer nada por solucionarlo.
Al día siguiente, Valeria se levantó como sonámbula, con los ojos hinchados y los pliegues de las sábanas en sus mejillas. Con esfuerzo se metió en la ducha y empezó de nuevo a llorar. Recogió la cocina, se hizo el desayuno y se sentó en la mesa del salón volviendo a perderse en el vaho de la ventana. Sonó el timbre y dio un respingo de la silla, se apresuró en abrir, el corazón le latía cada vez más rápido, ¿sería él?, miró por la mirilla, era Ricardo, allí estaba sonriente. Abrió la puerta y se abrazó a él, con todas sus fuerzas, él le respondió de la misma manera y la besó con deseo, con ternura, con pasión.
Cuando por fin pudieron mirarse, Valeria notó un signo de esperanza y felicidad en él, estaba tranquilo y se dio cuenta que traía una bolsa enorme que tiró para abrazarla, la miró y le pregunto de inmediato que contenía.
-Son mis cosas del trabajo, he renunciado, no puedo vivir un día sin verte, sin pasar por tu vera y oler tu perfume, no puedo seguir trabajando y mirar tu silla todos los días vacía, o verla ocupada por otra persona, no puedo concentrarme si tú no estás porque tú eres quien me guía y me da fuerzas para que todos los días sean maravillosos a tu lado. Si tú no estás, yo tampoco estaré. Además al verte salir me inundó una gran tristeza y rabia, que me hizo reflexionar y mirar desde fuera mi vida, ya hemos trabajado bastante para los demás, ahora vamos a comenzar un futuro juntos, vamos a montar nuestra propia empresa, los dos tenemos ahorrado y podemos, ¿qué te parece?.
Valeria se quedó petrificada, no sabía que responder, Ricardo había sacrificado quince años de trabajo por ella, quería seguir a su lado y sus palabras no las pudo recibir todas de una vez, porque el corazón ya lo tenía desbocado tan sólo con estar cerca. Cogió sus manos, las acarició, se las puso en las mejillas, y por fin pudo responder:
-Ricardo, mi vida, mírame, lo primero que quiero que sepas es que te amo con todas mis fuerzas, que me he muerto pensando que no volvería a verte diariamente, que eres maravilloso y que por nada en el mundo me perdería estar sin ti. ¿Has pensado que podríamos hacer?
Se miraron y se fundieron en un beso interminable, la llevó después a la ventana y le señaló un local que había vacío en la acera de enfrente.
-¿Ves ese local con la puerta roja?, pues ya lo he alquilado, ¿qué te parece si montamos una librería?, ¿no era una de tus grandes ilusiones?, tú decides.
Valeria ya no podía contener más felicidad en tan poco espacio de tiempo, y sólo pudo responder con tres palabras entre sollozos:
-Te quiero Ricardo.
Él le volvió a coger las manos, las apretó contra su pecho y la miró:
-Ahora voy a empezar a quererte como te mereces, y ya me has hecho el hombre más feliz que conozco, eres maravillosa y te amo Valeria.
En ese instante mismo desapareció el vaho de los cristales.


miércoles, 28 de octubre de 2009

Una tarde con Luisa


Con el propósito de salir esa tarde, Luisa subió a su cuarto para preparar la ropa para la ducha, se sentó en la cama frente a su ropero y casi llora del desorden de la ropa, salían mangas de sus jerséis por un lado y otro, un pañuelo rosa fucsia que se compró en el metro de Madrid sobresalía de la repisa superior buscando alguien que le diera su sitio. Se mantuvo allí, sin fuerzas dejó caer su cabeza hacia atrás y se tumbó lentamente apretando las manos sobre sus ojos, no pudo detener las lágrimas y empezó a llorar. Cuando dio su último suspiro, se armó de fuerzas y con genio tiró toda la ropa al suelo, dejó los huecos vacíos, se hizo el silencio y volvió a suspirar.
Antes de entrar en faena, bajó al salón, puso un disco que ella misma había compuesto con música clásica, se hizo un té rojo con toda su parsimonia y sacarina, claro estaba a dieta, y se sentó en su sofá con un cigarrillo sin encender, volvió a suspirar.
Luisa entró de nuevo en su habitación, se remangó las mangas y lo primero que hizo fue su cama, ordenó la mesa de noche, tiró algunas bolsas vacías que tenía en un rincón y miró la ropa en el suelo. Fue cogiendo pieza por pieza y la dobló con una paciencia extrema sabiendo que le quedaba un buen rato para ordenar aquella algarabía de tejidos sin orden. Terminó y suspiró.
Satisfecha de su gran esfuerzo, del vuelco que le había dado a su ánimo se apoyó en la puerta y se dijo a sí misma: “Lo has conseguido, ¿lo ves?”
En ese mismo momento sonó el teléfono:
-¡María, cuánto tiempo!
-Hola Luisa, me alegro de que estés en casa, porque llevo dos semanas intentando localizarte pero no te he encontrado. Te llamo para recordarte que las niñas nos juntamos el viernes para cenar, ¿podrás venir?
Luisa dudó su respuesta por un momento, no quería que María se preocupara por ella, no quería contar que llevaba dos semanas sin salir de casa, no quería que nadie supiera que había tirado la toalla y se había escondido del mundo.
-Tendré que mirar si tengo algo para el viernes, creo que no, me agradará compartir con vosotras un rato más y reírnos un poco. Siento que no me hayas podido localizar es que he estado fuera.
Después de colgar el teléfono, suspiró. Eran las siete de la tarde, pensó que aún estaba a tiempo para quitar esas cadenas que había echado a su puerta, así que puso otro disco en su equipo de música, lo cambió por uno que tenía para bailar, subió a su habitación, se puso delante del armario, y ésta vez no se sentó en la cama, puso sus manos sobre la cintura, sonrió y volvió a hacerse esa pregunta de nuevo:
¿Qué diablos me pongo?...

lunes, 26 de octubre de 2009

El rincón de Lucía

Lucía abrió los ojos pausadamente, movió sus manos en círculo alrededor de ella hallando nada más que las arrugas de las sábanas, ya era tarde y no pudo despedirse de Ernesto, el hombre que había amado esa noche, su primera noche juntos. Tenía un cansancio de esos que emanan placer, esos de suspiros, esos que ablandan el corazón y te aligera las piernas. Cuántas caricias en la penumbra de esa habitación que ahora miraba de un lado a otro pensando, imaginándose como una espectadora avivando el recuerdo de dos amantes fundidos en la madrugada.
Se deslizó un camisón por la cabeza y unas zapatillas en sus pies, se fue a la cocina aún temblándole las piernas a preparar un café y pensando con qué iba a calmar el ruido de su estómago porque la compra aún no había llegado. Encontró unas pastas que le trajo su hermana el día anterior, menos mal, pensó. Cogió su taza de café y se sentó en su rincón favorito, donde tenía un sillón de época que había tapizado varias veces pero que no se desprendía de él ni soñando, era de su abuela Felisa, una mujer de las que hay que recordar por su entereza y sus historias. Al sentarse miró el gran ventanal de madera que tenía enfrente y debajo ese baúl de madera que quiso colocar allí cuando se mudó para dejar sus cosas más íntimas. Allí siempre tenía un jarrón con flores, un candelabro de la tía Isabel, libros que siempre fueron consigo, tenía folios desordenados con las ideas que se le ocurrían, algunos bolígrafos, entre ellos el que más quería era la pluma de su abuelo Augusto, era el rincón de Lucía. Pero esa mañana había algo más en su ventana, un cuaderno con pastas duras e ilustradas con jardines de época, sobre él una pequeña rosa sin abrir, dejó el café por un momento, cogió la rosa con cuidado porque le quedaban aún dos o tres espinas y por su frescura atisbó que no llevaba mucho tiempo cortada. Abrió el cuaderno, eran hojas en blanco, suspiró, recordó las manos de Ernesto en ese regalo y lo abrazó con todas sus fuerzas, cerró los ojos y volvió a soñar en los momentos que había vivido con él hacía sólo unas horas.
“Vuelve pronto, mi vida”, hablaba con él sin pronunciar palabra alguna. Volvió a la realidad y se tomó el café sorbo a sorbo mirando su ventana, su rosa, su cuaderno, apoyando las piernas una sobre otra liberando sus pies en el aire que entraba por la pequeña rendija que siempre dejaba abierta. Cogió de nuevo el libro para mirar sus pastas, y pasar cada página oliéndolas, buscando cualquier resquicio de Ernesto, y al llegar a la mitad más o menos encontró unas palabras escritas en negro, reconoció su letra y le temblaron las manos al leerlas:


“Me voy soñando con tu perfume en mis manos, con la seda de tus cabellos. Me marcho con tu cuerpo en mis ojos y tu piel en mi piel. Te dejo estas palabras porque se me olvidó decirte que te quiero con palabras, se me olvidó decirte te amo con una flor no tan bella como tú. Sé que vendrías a tu rincón y no quería que estuvieses triste en mi ausencia, por eso permíteme que te escriba cuando tenga que marcharme. Cuando vuelva miraré estas páginas por si me has dejado algún sueño, algún recuerdo, alguna ilusión…”

“Volveré pronto”

“¿Es buen momento?”.