Lo vi venir,
etéreo,
tomando carne y huesos concretos.
Fue vistiéndose de hombre
de vellos y cabellos firmes.
Tomó una voz prestada,
y fue jadeando en mi oído oraciones íntimas.
Me cubrió de tórrido deseo
se metió en mi cuerpo como un virus incurable
haciéndome sudar toda la inocencia que me quedaba.
Esperó a que mis pechos dejaran de ser frambuesas prometedoras
y se inflamaran para calzar justo en sus manos.
Midió día a día mis caderas
las vio crecer hasta que se redondearon,
hasta que mi pubis se fue reforestando
de café claro a negro sombrío
Esperó paciente,
acechando mis besos furtivos
la piel recién estrenada, los revolcones, los amantes
las promesas de amor eterno que muy pronto fracasaron.
Cuando fui la hembra de sus sueños,
ni tan niña ni tan mujer,
un poco sirena brava
y filósofa de verdades humanas,
se plantó en mi camino sin tocar la puerta.
Karin Gómez Artigas
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