Sólo cuando la mirada se abre al par de lo visible se hace una aurora. Y se detiene
entonces, aunque no perdure y sólo sea fugitivamente, sin apenas duración, pues que crea así el instante. El instante que es al par indeleblemente uno y duradero. La unidad,
pues, entre el instante fugitivo e inasible y lo que perdura. El instante que alcanza no ser
fugitivo yéndose.
Inasible. El instante que ya no está bajo la amenaza de ser cosa ni concepto. Guardado,
escondido en su oscuridad, en la oscuridad propia, puede llegar a ser concepción, el
instante de concebir, no siempre inadvertido.
Y así, la mirada, recogida en su oscuridad paradójicamente, saltando sobre una aporía,
se abre y abre a su vez, "a la imagen y semejanza", una especie de, circulación. La
mirada recorre, abre el círculo de la aurora que sólo se dio en un punto, que se muestra
como un foco, el hogar, sin duda, del horizonte.
Lo que constituye su gloria inalterable.
María Zambrano
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