“El olor a pan es una tentación suculenta. Cuando llega recién hecho de la panadería, su rastro incita a la gula y al hurto rápido y a escondidas de ese trocito que sobresale de la bolsa –la punta, el cuscurro…– y que sabe a gloria bendita. El pan caliente huele a hogar y a bondad y lleva prendida la imagen de esa nubecilla de humo apetitoso, casi imperceptible, que se eleva al partir la barra como niebla de primavera.
Esa niebla lleva prendidos tantos momentos…
El pedazo de pan con chocolate de la merienda… La puntita robada con disimulo antes de comer… La de después de comer… Y el gusto de esa miga, blandita, tan rolliza que incita al mordisco cariñoso como si fuera la mejilla o la nalga sonrosada y tierna de un bebé. Cuánto bienestar atesorado en un trozo de pan crujiente con una onza de chocolate. Cuánto mimo en ese desayuno o merienda servido como un manjar. El pan, blanco, y sobre él, ese pedazo oscuro de cacao. Esa imagen y esos olores juntos, mezclados, tienen algo… De amor… De felicidad… Aunque la niebla del pan caliente lleve temores que la enturbian…
“No comas pan caliente que te dolerá la tripa…”
Pero ese pan tibio, crujiente, es un placer tan tentador que invita a romper con las normas. Además, ¿no dicen que aquello que se come con ganas no hace daño? ¿Entonces…? ¿Por qué tantos temores? Alimentamos el miedo con miga de pan. Y el miedo, en casa, se convierte en el plan nuestro de cada día. Pero ese olor es tan bueno, tan apetitoso. Está diciendo “cómeme…” Y, cayendo en su tentación, vas y te lo comes.
Así empieza la rebeldía. La libertad. Creyendo en lo que sientes. En lo que deseas… Tan sencillo como un trozo de pan. Olor blanco que huele a buenos momentos, entrañables, cálidos. Mi abuelo es ese color. Le encantaba el pan. Recién hecho, de barra, de payés, de máquina (sobretodo)… Olerlo es recordar su cariño, su barriga oronda, su cara afable, su pelo tan blanco y su porte elegante, y hundir mi nariz en la miga de su recuerdo es… como entrar en sus brazos y arroparme en una nube de bondad.
Una nube blanca y blanda como miga de pan. ”
Esa niebla lleva prendidos tantos momentos…
El pedazo de pan con chocolate de la merienda… La puntita robada con disimulo antes de comer… La de después de comer… Y el gusto de esa miga, blandita, tan rolliza que incita al mordisco cariñoso como si fuera la mejilla o la nalga sonrosada y tierna de un bebé. Cuánto bienestar atesorado en un trozo de pan crujiente con una onza de chocolate. Cuánto mimo en ese desayuno o merienda servido como un manjar. El pan, blanco, y sobre él, ese pedazo oscuro de cacao. Esa imagen y esos olores juntos, mezclados, tienen algo… De amor… De felicidad… Aunque la niebla del pan caliente lleve temores que la enturbian…
“No comas pan caliente que te dolerá la tripa…”
Pero ese pan tibio, crujiente, es un placer tan tentador que invita a romper con las normas. Además, ¿no dicen que aquello que se come con ganas no hace daño? ¿Entonces…? ¿Por qué tantos temores? Alimentamos el miedo con miga de pan. Y el miedo, en casa, se convierte en el plan nuestro de cada día. Pero ese olor es tan bueno, tan apetitoso. Está diciendo “cómeme…” Y, cayendo en su tentación, vas y te lo comes.
Así empieza la rebeldía. La libertad. Creyendo en lo que sientes. En lo que deseas… Tan sencillo como un trozo de pan. Olor blanco que huele a buenos momentos, entrañables, cálidos. Mi abuelo es ese color. Le encantaba el pan. Recién hecho, de barra, de payés, de máquina (sobretodo)… Olerlo es recordar su cariño, su barriga oronda, su cara afable, su pelo tan blanco y su porte elegante, y hundir mi nariz en la miga de su recuerdo es… como entrar en sus brazos y arroparme en una nube de bondad.
Una nube blanca y blanda como miga de pan. ”
Tu sexo es mi perfume, Anna Llauradó
No hay comentarios:
Publicar un comentario