Jun estaba con la cabeza apoyada en el pecho del señor Rail. Hacer el amor de aquella forma, la noche en que él volvía, era un poco más hermoso, un poco más simple, un poco más complicado que en una noche cualquiera. Algo flotaba en el aire, como el esfuerzo por recordar algo. Flotaba en el aire un sutil temor de descubrir quién sabe qué. Flotaba en el aire la necesidad de que en cualquier caso fuera bellísimo. Flotaba en el aire un deseo un poco impaciente, un poco feroz, que no tenía nada que ver con el amor. Flotaban en el aire un montón de cosas.
Después..., después era como empezar a escribir de nuevo a partir de una página en blanco. Fuera el que fuera, el viaje que había llevado a cualquier lugar del mundo al señor Rail desaparecía en el vaso de agua de aquella media hora de amor. Volvían a empezar desde el momento en que se habían separado. El sexo borra pedazos de vida que uno no es capaz de imaginarse. Quizá sea estúpido, pero la gente se abraza con ese extraño furor ligeramente pánico y la vida sale de él estrujada como un papelito apretado en un puño, escondido con un gesto nervioso de temor. Un poco por azar, un poco por fortuna, desaparecen en los pliegues de esa vida apelotonada jirones de tiempo dolorosos, o cobardes, o nunca comprendidos. Así es.
Tierras de cristal, Alessandro Baricco
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