..."Pero las trampas que nos tiende el enemigo son innumerables y confieso que aquella referencia a mi hermosura, aunque no fuera veraz, acarició dulcemente mis oídos y me colmó de emoción. Sobre todo porque, mientras eso decía, la muchacha extendió su mano y con las yemas de los dedos rozó mi mejilla, por entonces aún imberbe. Sentí como un desvanecimiento, pero en aquel momento no sospeché que podía haber pecado alguno en todo ello. Tal es el poder del demonio, que quiere ponernos a prueba y borrar de nuestra alma las huellas de la gracia.¿Qué sentí? ¿Qué vi? Sólo recuerdo que las emociones del primer instante fueron indecibles, porque ni mi lengua ni mi mente habían sido educadas para nombrar ese tipo de sensaciones. Y así fue hasta que acudieron en mi ayuda otras palabras interiores, oídas en otro momento y en otros sitios, y dichas, sin duda, con otros fines, pero que me parecieron prodigiosamente adecuadas para describir el gozo que estaba sintiendo, como si hubiesen nacido con la única misión de expresarlo. Palabras que se habían ido acumulando en las cavernas de mi memoria y ahora subían a la superficie (muda) de mis labios, haciéndome olvidar que en las escrituras o en los libros de los santos habían servido para expresar realidades mucho más esplendorosas. Pero ¿existía realmente una diferencia entre las delicias de que habían hablado los santos y las que mi ánimo conturbado experimentaba en aquel instante? En aquel instante se anuló mi capacidad de percibir con lucidez la diferencia. Anulación que, según creo, es el signo del naufragio en los abismos de la identidad."
El nombre de la rosa, Umberto Eco
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