Cuando, después de amarnos,
te coges el cabello desordenado,
¡cómo son de hermosos tus brazos!
cual en un libro abierto,
surge la letra negra de tus axilas,
fina, dulce sobre lo blanco.
Y en el gesto violento,
se te abren los pechos,
y los pezones,
se te abren los pechos,
y los pezones,
tantas veces acariciados,
parecen, desde lejos,
más oscuros, más grandes…
el sexo se te esconde,
más pequeño y más blando…
¡Oh, qué desdoblamiento de cosas!
Luego, el traje lo torna todo
al paisaje cotidiano,
como una madriguera
en donde se ocultaran,
lo mismo que culebras,
pechos, muslos y brazos.
Juan Ramón Jiménez
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