viernes, 28 de mayo de 2010

Eternidad




Eterno y joven el corazón que salta y vuela
sensible, bucólico,laxo con una sola mirada.
Pasa el tiempo y aún sin arrugas en la frente,
el amor
no sabe de horas, ni días, ni campanadas.
Recorre tu ser buscando la mejor savia
para recordarte que sigue presente,
en tus manos,
en tu piel,
en tus ojos,
en tus silencios
y en tus palabras.
Fuerte como la mar, débil como la arena
se van fundiendo con las mareas
como se funde el amor lentamente
en los versos del poeta que regresa
a escribir en sus libretas incompletas.
Eterno y joven crece entre las sábanas
teñidas por el perfume de las pieles
que se buscan en el silencio,
en el recuerdo,
en la caricia de las palabras de una carta
escrita en las agujas del tiempo que no pasa.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Oda al mar.-Pablo Neruda


Aquí en la isla
el mar
y cuánto mar
se sale de sí mismo
a cada rato,
dice que sí, que no,
que no, que no, que no,
dice que si, en azul,
en espuma, en galope,
dice que no, que no.
No puede estarse quieto,
me llamo mar, repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla,
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre.
Oh mar, así te llamas,
oh camarada océano,
no pierdas tiempo y agua,
no te sacudas tanto,
ayúdanos,
somos los pequeñitos
pescadores,
los hombres de la orilla,
tenemos frío y hambre
eres nuestro enemigo,
no golpees tan fuerte,
no grites de ese modo,
abre tu caja verde
y déjanos a todos
en las manos
tu regalo de plata:
el pez de cada día.

Aquí en cada casa
lo queremos
y aunque sea de plata,
de cristal o de luna,
nació para las pobres
cocinas de la tierra.
No lo guardes,
avaro,
corriendo frío como
relámpago mojado
debajo de tus olas.
Ven, ahora,
ábrete
y déjalo
cerca de nuestras manos,
ayúdanos, océano,
padre verde y profundo,
a terminar un día
la pobreza terrestre.
Déjanos
cosechar la infinita
plantación de tus vidas,
tus trigos y tus uvas,
tus bueyes, tus metales,
el esplendor mojado
y el fruto sumergido.

Padre mar, ya sabemos
cómo te llamas, todas
las gaviotas reparten
tu nombre en las arenas:
ahora, pórtate bien,
no sacudas tus crines,
no amenaces a nadie,
no rompas contra el cielo
tu bella dentadura,
déjate por un rato
de gloriosas historias,
danos a cada hombre,
a cada
mujer y a cada niño,
un pez grande o pequeño
cada día.
Sal por todas las calles
del mundo
a repartir pescado
y entonces
grita,
grita
para que te oigan todos
los pobres que trabajan
y digan,
asomando a la boca
de la mina:
"Ahí viene el viejo mar
repartiendo pescado".
Y volverán abajo,
a las tinieblas,
sonriendo, y por las calles
y los bosques
sonreirán los hombres
y la tierra
con sonrisa marina.
Pero
si no lo quieres,
si no te da la gana,
espérate,
espéranos,
lo vamos a pensar,
vamos en primer término
a arreglar los asuntos
humanos,
los más grandes primero,
todos los otros después,
y entonces
entraremos en ti,
cortaremos las olas
con cuchillo de fuego,
en un caballo eléctrico
saltaremos la espuma,
cantando
nos hundiremos
hasta tocar el fondo
de tus entrañas,
un hilo atómico
guardará tu cintura,
plantaremos
en tu jardín profundo
plantas
de cemento y acero,
te amarraremos
pies y manos,
los hombres por tu piel
pasearán escupiendo,
sacándote racimos,
construyéndote arneses,
montándote y domándote
dominándote el alma.
Pero eso será cuando
los hombres
hayamos arreglado
nuestro problema,
el grande,
el gran problema.
Todo lo arreglaremos
poco a poco:
te obligaremos, mar,
te obligaremos, tierra,
a hacer milagros,
porque en nosotros mismos,
en la lucha,
está el pez, está el pan,
está el milagro.
Pablo Neruda

domingo, 23 de mayo de 2010

The Reader

El último tango en París.- Robert Alley



El la dejó. Jeanne oyó el sonido de sus pasos en el corredor, el portazo en la entrada; luego nada más, salvo su propia respiración. Una bocina sonó en la lejanía seguida de un completo silencio. Se ha ido, pensó para sí misma, y de pronto se sintió consumida. Levantó el sombrero del piso, pasó el living-room rumbo a la salida, concentrada. Sorprendida, levantó la mirada.
Paul la estaba esperando apoyado contra la pared. Pareció aún más corpulento a la luz directa del sol, el mentón erguido y los ojos entrecerrados. Tenía los brazos cruzados contra el pecho; el abrigo estaba abierto y mostraba el torso y las piernas fuertes y musculosas. Jeanne dijo:

—Pensé que se había ido.

—Cerré la puerta con llave —caminó lentamente hacia ella mirando fijamente los ojos anchos y azules que reflejaban más resignación que miedo—. ¿Estuve mal?

—No, no —dijo ella tratando de recuperar el aliento—. Sólo pensé que se había ido —sus palabras
quedaron pendientes, como una invitación.

Paul estuvo a su lado en un segundo. Le tomó el rostro con las manos y la besó en los labios. En la confusión, ella dejó caer el bolso y el sombrero, y colocó las manos sobre los anchos hombros. Por un instante, permanecieron absolutamente inmóviles. Nada se movía en la habitación circular salvo las pelusas que caían por el aire; ningún sonido les llegó salvo el de sus propias respiraciones agitadas. Parecían suspendidos en el tiempo, como la belleza marchita de la habitación, aislados del mundo y de sus vidas respectivas. El cuarto adquirió calidez acogiéndolos durante este breve y silencioso noviazgo.
De pronto, Paul la alzó en sus brazos y la llevó hasta la pared de la ventana sin esfuerzo aparente, como si se tratara de una criatura. Ella le pasó los brazos por el cuello que le pareció tan duro como un tronco y le acarició los músculos de su espalda bajo la suave tela del abrigo. El tenía un olor amargo en parte sudor y en parte algo que ella no pudo identificar; algo más masculino que el de cualquier joven que hubiera conocido y que la excitó poderosamente. El la bajó, pero sus manos no la dejaron, la apretó contra sí y tocó sus pechos oscilantes a través de la tela de su ropa. Le desabrochó el vestido con rapidez y maña, y metió las dos manos en el interior, acariciándolos; con los dedos dibujó la forma de sus pezones. A ella la excitó la dureza de su piel y se apretó aún más contra él.
Como si lo hubieran convenido de antemano, comenzaron a desnudarse el uno al otro. Ella lo agarró a través de los pantalones; él pasó una mano por debajo de la falda y de un tirón le arrancó las bragas. Jeanne se sofocó ante su audacia y se colgó de él con miedo y anticipación. Paul puso una mano entre sus piernas y la levantó del suelo; con la otra se desabrochó los
pantalones. Luego la tomó por las nalgas, la subió un poco más y la penetró. Se agarraron como animales. Jeanne subió por el tronco de su cuerpo apretando sus caderas con las rodillas y colgando de su cuello como una niña perdida. El la apretó contra la pared y entró más profundamente dentro de ella; por un instante lucharon torpemente, como en un combate, pero pronto se pusieron de acuerdo y comenzaron a moverse con un mismo ritmo. Sus cuerpos avanzaban y retrocedían como participantes en la más íntima de las danzas. El ritmo se hizo más frenético; la música y el mundo, olvidados, gimieron, suspiraron y se golpearon contra la pared
protegiendo esa pasión; cayeron más allá de los orígenes de su propio empeño y se apagaron poco a poco y sin remordimientos, sobre la estropeada alfombra naranja.
Permanecieron inmóviles en el suelo, sin tocarse, mientras la agitación de sus respiraciones se
normalizaba gradualmente. Luego, Jeanne se alejó de él, puso la cabeza sobre el brazo y levantó la vista. Pasaron varios minutos en los que ninguno de los dos pronunció palabra.
Se pusieron de pie y arreglaron sus ropas, dándose la espalda. Jeanne se puso el sombrero igual que antes, lo siguió por el corredor y salieron a la escalera. Paul cerró la puerta con llave; Jeanne llamó el ascensor y con vergüenza se apartó de Paul. Minutos antes, habían compartido el abrazo más sensual y ahora, fuera de los confines del departamento, eran tan distantes como desconocidos.
Ella se sintió agradecida cuando Paul le volvió la espalda y bajó por las escaleras en vez de hacerlo con ella en el ascensor. Pero no pudieron evitar encontrarse en el vestíbulo. Ella se preguntó cuál sería su próximo movimiento cuando la siguió, mientras pasaban delante de la ventanilla de la portera y se encaminaban a la puerta.
El salió a la calle detrás de ella. La luz del sol los deslumbró y los ruidos de París sonaron discordantes.
Paul arrancó el letrero escrito a mano SE ALQUILA de la puerta. Lo rompió y lo arrojó a la alcantarilla. Por un momento ambos vacilaron. luego tomaron direcciones opuestas y ninguno de los dos volvió la cabeza.

El último tango en París. Robert Alley

Libres en la seda



Elegí un recuerdo
hoy,
regresé a aquella tarde
a nuestra primera
luz,
a nuestro primer
momento.
Abro esta noche ese
baúl,
donde el viento y el mar
se hablan,
la música y la llama
se acarician
donde nuestras almas
juntas y en silencio,
levitan
libres en la seda
que van hilando
entre sus besos.

sábado, 22 de mayo de 2010

El poeta y la ciudad


Hasta hace muy poco un hombre se enorgullecía de no tener que ganarse la vida y se avergonzaba de tener que hacerlo, pero hoy, ¿existe acaso la persona que, solicitando un pasaporte, se atreva a presentarse como Hidalgo, aun si la realidad es que tiene algunas rentas y ningún trabajo? Hoy la pregunta «¿A qué se dedica usted?» significa «¿Cómo se gana usted la vida?» En mi pasaporte aparezco como «Escritor»; esto no me causa molestias con las autoridades porque los funcionarios de inmigración y aduanas saben que ciertos tipos de escritores hacen mucho dinero. Pero si en el tren un desconocido pregunta por mi ocupación, jamás respondo «escritor» por temor a que continúe preguntándome sobre la naturaleza de mis escritos, ya que responderle «poesía» nos incomodaría a ambos, pues ambos sabríamos que nadie puede ganarse la vida escribiendo únicamente poesía. (Hasta ahora la mejor respuesta que he encontrado, buena porque marchita la curiosidad, es Historiador Medieval).

W.H. Auden, El poeta y la ciudad

viernes, 14 de mayo de 2010

Palabras escritas



Puede que mis manos acaricien un papel,
puede que mi tinta añada amor en él,
puede que quede reflejada la palabra amor,
mas no puede dejar el perfume, el sabor.

Que tu piel me sabe a miel templada,
que tus besos son los estambres de una flor
y su polen derrama en mis labios
las húmedas caricias de tu calor.

Que tus ojos no me miran, me arrancan
mis sueños, mis deseos, mis miedos,
extraen los pétalos de mi niñez,
recogen el cáliz de ser mujer.

Cada vez que te siento cerca,
grito...
se revolucionan mis costillas
buscando donde dejar el alboroto de mi latir,
y cantan mis pulmones,
respiramos el mismo aire,
te huelo,
te siento,
te anhelo,
cuánto daría por ser tu viento.

Cuánto daría por ser ese pájaro
que se posa mirándote en tu hombro,
esperando a que sonrías,
cuánto daría por pasear por la arena,
mirando como el mar se lleva
el halo que hay a tu alrededor,
y se lo entrega al sol en su hervor.
¿Desearte?
No hay más que tú,
cuando estás…
No existen más deseos posibles,
cuando no éstas…
No siento más
que contigo.
Y mis manos no son más libres
que en tu piel.

¿Recordarte?
Mis labios no tienen otro nombre,
mis oídos no atienden a otra voz,
y mi alma se desmorona,
donde estés…
como estés…
y no sabe más que darte eso
que llaman amor.

Te quiero
lo siento, mas no son las palabras
que te mereces,
Mi tú, Mi yo.


miércoles, 12 de mayo de 2010

Sabrás que no te amo y te amo.-Neruda


Sabrás que no te amo y te amo.
Puesto que de los dos modos es la vida,
la palabra es un ala del silencio,
el fuego tiene su mitad de frío.
Yo te amo para comenzar a amarte;
para recomendar al infinito
y para no dejar de amarte nunca:
por eso no te amo todavía.
Te amo y no te amo, como si tuviera
en mis manos las llaves de la dicha
y un incierto destino desdichado.
Mi amor tiene dos vidas para amarte
por eso te amo cuando no te amo
y por eso te amo, cuando te amo.
Pablo Neruda

Océano mar.-Alessandro Baricco



“El señor Bartleboom deja la pluma, dobla la hoja, la mete en un sobre. Se levanta, coge de su baúl una caja de caoba, levanta la tapa, deja caer la carta en su interior, abierta y sin señas. En la caja hay centenares de sobres iguales. Abiertos y sin señas.

Bartleboom tiene treinta y ocho años. Él cree que en alguna parte, por el mundo, encontrará a una mujer que, desde siempre, es su mujer. De vez en cuando lamenta que el destino se obstine en hacerle esperar, con obstinación tan descortés, pero con el tiempo ha aprendido en el asunto con gran serenidad. Casi cada día, desde hace ya años, toma la pluma y le escribe. No tiene nombre y no tiene señas para poner en los sobres, pero tiene una vida que contar. Y ¿a quién sino a ella? Él cree que cuando se encuentren será hermoso depositar en su regazo una caja de caoba repleta de cartas y decirle

- Te esperaba.

Ella abrirá la caja y lentamente, cuando quiera, leerá las cartas una a una y retrocediendo por un kilométrico hilo de tinta azul recobrará los años -los días, los instantes- que ese hombre, incluso antes de conocerla, ya le había regalado. O tal vez, más sencillamente, volcará la caja y, atónita ante aquella divertida nevada de cartas, sonreirá diciéndole a ese hombre

- Tú estás loco.

Y lo amará para siempre”.

“Océano mar” A. Baricco

Mi princesa.-David Bisbal

martes, 11 de mayo de 2010

El cuaderno de Noah. Nicholas Sparks

"Contemplamos el mundo que nos rodea en silencio. Hemos tardado toda una vida en aprender a hacerlo. Al parecer sólo los viejos son capaces de estar juntos sin decir nada y sentirse bien. Los jóvenes, impulsivos e impacientes, siempre rompen el silencio. Es una lástima, pues el silencio es puro. El silencio es sagrado. Une a las personas, porque sólo aquellos que se sienten cómodos con la compañía del otro pueden estar juntos sin hablar. Es una gran paradoja".
El cuaderno de Noah. Nicholas Sparks